Jordi Savall no da señales de que vaya a retirarse. En 2023, el director catalán, virtuoso de la viola da gamba y completo hombre del Renacimiento pasará por Sídney, Hamburgo, Estonia, Turquía, Luxemburgo y Portugal. Pero no está muy interesado en hablar de su carrera.
Conversando, Savall es encantador, erudito y locuaz. Cita a Erasmus y José Saramago. Le preocupa la nefanda influencia de los smartphones en la educación temprana, dedica algo de tiempo al debate teológico en torno a la humanidad de Jesús, y se encuentra a sus anchas cuando puede comenzar a explayarse sobre la obra de François Couperin.
Les Nations es una obra muy querida para Jordi Savall: el nombre de uno de sus primeros conjuntos, de 1989, se debe a ella. Le Concert des Nations, una orquesta de músicos de todas las partes del mundo que tocan instrumentos de época, está viva y coleando; y la visión de Savall de la música y su compositor no ha cambiado desde que descubrió la obra. Savall dirigirá el conjunto en una interpretación de Les Nations en LAC Lugano en abril.
“La obra de Couperin es extraordinaria. Es uno de los grandes músicos barrocos a pesar de ser menos conocido que otros cono Lully o Handel (quizás porque no escribió óperas, no compuso grandes suites orquestales, nada espectacular”. Couperin, a los ojos de Savall, es más sutil.
Y debe saberlo. Jordi Savall ha estado interpretando Couperin desde el inicio de su carrera, y su relación con las obras más queridas es estable y comprometida. Conocer una obra de música es, bajo su punto de vista, un proyecto a largo plazo. No le interesan las interpretaciones dramáticas o los cambios de opinión. “Cuando me embarco en un proyecto como este, lo abordo con tal periodo de preparación y con tal profundidad, que mi enfoque no evoluciona mucho a lo largo de los años”.
Describe la sorpresa de grabar las obras por segunda vez –diez o veinte años más tarde de la producción inicial– y darse cuenta, tras escuchar la primera de nuevo, que la nueva versión era un eco de la primera, los tiempos eran prácticamente idénticos. “Tengo una memoria muy precisa para el ritmo. Cuando abordamos una obra, tengo que encontrarle el ritmo, cuando lo encuentro, nunca lo olvido”.
El ritmo es una cualidad esencial de Les Nations, que está construida a partir de una serie de sonatas (o “sonades”) y suites. “Muchas de estas piezas son danzas, tienes que encontrarles el ritmo. Si tocas una pieza muy despacio, pierde toda la energía. Si la tocas demasiado rápido, se vuelve muy confusa porque se pierden detalles como la respiración o la ornamentación. Si el tempo es el correcto, la música fluye y cobra vida.
Esa sensación de viveza es crucial para Savall. Traza un paralelismo entre la filosofía de Couperin –”prefiero aquello que me conmueve que aquello que me sorprende”– y otro gran artista de la época, el poeta y fabulista Jean de la Fontaine. “Refleja la misma sensibilidad que Couperin cuando dice que la gracia es más encantadora que la belleza. La gracias es algo que llega al alma. Es más humana que la perfección”.
Su interés por la obra de Couperin va más allá de la estética, en cualquier caso. Con su perspicacia tanto para la política internacional como para la filosofía del siglo XVII, Savall se orienta a los ideales Europeos con su trabajo en Les Nations, que celebra y juega con las diferencias de los denominados estilos nacionales musicales.
“Lo interesante aquí es la caracterización de cada nación, la idea de cada nación –Francia, España, Alemania– reflejada en la música de una manera poética”. A Savall le interesa lo derivado de la mezcla, tan enriquecedora, y la comunicación, que estimula el mundo musical del periodo Barroco. “El mundo de la música está en constante intercambio. Lully, que era italiano, inventó la música francesa. La música alemana era más popular en Londres que en Viena, Las siete palabras de Cristo en la cruz, de Haydn, se encargó en Cádiz. Ça, c’est l’Europe.” Esto es Europa.
Lo relacionado con el intercambio cultural y el traspasar fronteras mediante la comunicación –y por ende, las luchas históricas para alcanzar esos ideales– han sido pilares importantes en los valores de Savall desde su niñez en Cataluña. Creció inmerso en un crisol de culturas: española y catalana, judía y árabe, mediterránea y europea. Estos mismos temas son los que guían la serie de libro-cedés producidos en su editorial, Alia Vox. Con este sello han dedicado publicaciones al viajero musulmán Ibn Battuta y al filósofo catalán Ramon Llull, así como a una historia de Venecia y el inequívoco volumen titulado Las rutas de la esclavitud: 1444–1888.
Sin miedo a abordar grandes temas, Savall está preparando un nuevo proyecto sobre la guerra en Europa. “Por desgracia, creo que tiene una importancia vital. Es fácil olvidar que la guerra siempre ha estado presente en Europa. Quiero entender por qué pasa esto, por qué sigue pasando. La guerra, parece, es siempre una cuestión de conflictos entre creencias, de distintas maneras de ver el mundo, pero se mezcla con el deseo de poder”.
Para Savall, el trabajo intelectual es inseparable de su vida como músico. Aunque, considera, es más difícil para los músicos ahora encontrar el tiempo necesario para tales objetivos de lo que lo era a comienzo de su carrera en los setenta. “En aquella época, teníamos tiempo para investigar, para pensar, leer, esto nos daba autonomía en nuestros planteamientos –sin embargo, ahora el mundo es distinto. Entendemos las cosas de manera distinta. Yo solía pasar semanas en el Museo Británico, en la Biblioteca Nacional de París en la Biblioteca de Cataluña…” Describe la sensación mágica de tener un manuscrito original en tus manos: “tiene una energía completamente distinta a cuando miras algo online o en microfilm. En la actualidad, hay tanta información disponible, tantos artículos, que uno se desanima”. Su temor es que lleguemos a una cultura de una implicación muy superficial, en la que los intérpretes saltan de un proyecto a otro demasiado rápido.
Sin embargo, en otros aspectos, le parece que la evolución del mundo de la música medieval y renacentista es positivo. “La música antigua tal y como la conocemos no existía antes de Mayo del 68. No es una coincidencia. Fue un momento en el que pensamos que nuestra generación podía cambiar el mundo”.
El espíritu de Mayo del 68 iluminó el mundo de la música en una época de cambios sin igual, comenta. “Éramos una minoría: un poco locos, idealistas, muy apasionados, dispuestos a todo. En aquel tiempo había colaboración. Todos nos conocíamos y el ambiente era muy bonito, nos ayudábamos unos a otros”. Describe esa época como muy alegre, aun caótica, y en virtud de la necesidad, a veces algo amateur. “Montabas un conjunto y los trompetistas tenían cuatro o cinco años de experiencia. Ahora, tienes trompetistas que han comenzado a tocar este tipo de música a los diez años”. Sonríe, “Yo mismo comencé a tocar música antigua después de pasar diez años estudiando chelo y música romántica”.
A ojos de Savall, el mundo de la música antigua está en buena forma en la actualidad, a excepción de un problema: la dificultad de encontrar financiación. “Sencillamente, tenemos demasiados pocos recursos comparado con grandes instituciones como las orquestas sinfónicas, los teatros o teatros de ópera”.
Para mejorar esta situación, considera una necesidad esencial el echar abajo las barreras entre culturas. “No debemos desligarnos del lenguaje musical de Europa. La cultura se ha dejado, demasiado tiempo, en manos de cada estado, en lugar de pensar en cultura como un proyecto europeo. Si la cultura se trata solo a niveles nacionales, pierde su significado, que es el de eliminar fronteras y poder decir: hablamos el mismo idioma”.
Jordi Savall y Le Concert des Nations interpretarán Les Nations de François Couperin en el LAC Lugano el 19 de abril . Esta entrevista ha sido patrocinada por la Fondazione LuganoMusica.
Traducido del inglés por Katia de Miguel.