Pocos directores pueden presumir de tener una carrera tan amplia, especialmente cuando apenas han pasado los cuarenta. Pablo Heras-Casado ha dirigido las mejores orquestas del planeta con repertorio desde el Renacimiento al siglo XXI. El maestro granadino es una brillante anomalía en el panorama musical español: su perfil es incontestablemente internacional y de vocación universal. Conversarmos con él sobre aspectos artísticos e interpretativos y el tono pausado y sentido de sus palabras, el discurso intelectual y emocional, lo delatan como alguien que, al menos para la música, reflexiona y siente por partes iguales.
J. F.: La primera pregunta es inevitable, ¿qué está suponiendo para usted dirigir por vez primera una obra de la magnitud y ambición de El anillo?
P. H. C.: De alguna manera lo siento como la culminación de un periodo de mi carrera. Llevo veinticinco años dirigiendo y cuando me enfrento al Anillo me hago consciente de que necesito de cada una de las experiencias múltiples que he tenido como músico y como artista. Cada segundo que he estado en el podio o estudiando en mi escritorio, debo ponerlo al servicio de la obra y también toda mi experiencia intelectual y como ser humano. Tengo que desplegarlas para sumergirte en el poder insondable del texto de Wagner. Y luego está la experiencia musical en sí, en el foso, con los cantantes, con la oportunidad de poder desarrollarla con el ritmo adecuado en cuatro temporadas. Cuando uno va creciendo con el Anillo, va descubriendo todas sus diferentes facetas. No concebiría haberlo hecho en una sola temporada. Coincide también con un momento importante para mí, muy bonito, de madurez personal y artística, pero a la vez, todavía con una energía juvenil, un vigor, una curiosidad y un sentido de la duda, muy necesarios para acometer una obra así.
El Sigfrido que acaba de concluir en el Real se preparó en medio de una pandemia, con las dificultades que ello conlleva.
He tenido un acercamiento de alguna manera diferente en la preparación de Sigfrido, necesariamente orgánica, como parte de un todo que es el Anillo. Pero también es cierto que la pandemia ha condicionado mi preparación, no solo la artística, sino también la emocional y la personal. Tristemente, ha habido muchas cancelaciones, pero también por eso he podido pasar muchos meses acompañado exclusivamente de Sigfrido. Ha sido una preparación más relajada. He podido empezar una producción como esta, que es siempre un reto tremendo, con una concentración especial. Creo que eso ha hecho que el resto de condicionantes y dificultades los hayamos podido afrontar con mayor serenidad. Por ejemplo, tener un foso desmembrado, repartido por todo el teatro, no lo hemos acometido con tensión y preocupación, sino con el espíritu de sabernos arropados por la energía de un equipo enorme destinado a superar todas las dificultades. Esto nos ha dado una tranquilidad que compensa la incertidumbre de saber si alguien da positivo o si va a cancelarse la función al día siguiente. Estoy tremendamente satisfecho de cómo esto ha producido un resultado fantástico, tan positivo.
Debo darle la enhorabuena por numerosos reconocimientos, en especial por el último, Artista del Año 2021 ICMA (International Classical Music Awards). ¿Qué suponen los premios para un director?
Cuando uno recibe un premio de este tipo, no es la recompensa directa e inmediata de un aplauso o de una crítica tras una interpretación. Es extraño recibirlo sentado en casa, fuera del escenario. Se entiende que es un premio a la trayectoria discográfica y de los últimos años, y que venga por parte del sector, de revistas especializadas, es un honor tremendo y estoy más que agradecido. Pero también hay una responsabilidad más, cuando sales a un escenario hay que exigirse que la siguiente producción sea mejor y mejor. Me lo tomo como un aliciente y un acicate.
Creo que nos ha tocado una época en la no hay grandes estrellas y usted es lo más parecido que tenemos en España a una estrella de la clásica. ¿Son necesarias las estrellas en la clásica y cómo lleva usted este papel?
La consideración de “estrella” en la música… Creo que estos adjetivos pertenecen a otra época. También pasa, por ejemplo, en el cine o el fútbol. La dimensión de las estrellas ha cambiado mucho. Recordemos el Hollywood dorado, cuando un actor pisaba una ciudad, se paraba el mundo. Ahora hay otro modelo de sociedad y otra percepción de la fama, que se desarrolla a través de las redes sociales. Podemos conocer más de cerca a los que se dedican a algo a un gran nivel y los artistas, de cualquier índole, se acercan al público de otra manera. En todo caso, creo que más que estrellas, lo necesario son los referentes. Bien sea a través de la visibilidad que te dan ciertos medios de comunicación, o el privilegio de poder grabar tantos discos, si eso se convierte en referente para músicos jóvenes, para aspirantes a director o para que el público descubra otras maneras de escuchar música, para mí es fantástico. Eso es lo importante y lo que hay que defender, y ser consciente de que es una responsabilidad como artista. Pero no por eso convertirse en una estrella, con el halo de misterio e inaccesibilidad que conlleva. Cuando uno ve esas fotos de Karajan del pasado… había alrededor de ellos algo como de…
De divinidad, diría yo.
Divinidad, exactamente. Y esto ya no pertenece a nuestro tiempo. La divinidad hoy debe estar en la excelencia del trabajo y en ser un referente.
Esto me recuerda un capítulo de su libro sobre atraer la atención de nuevos públicos, de divulgar, con un interesante juego de palabras “divulgar sin ser vulgar”, sin degradar la música. Si quisiéramos que esta entrevista, por ejemplo, la leyera gente que normalmente no accede a la clásica, ¿cuál sería la manera de atraerlos?
Cuando hablo de música en cualquier lugar, nunca rebajo el tono. Yo hablo de música como sé y como la entiendo. Con la orquesta se necesita una comunicación directa para que se entiendan las ideas y estas se conviertan en sonido. Lo mismo me pasa al escribir un libro para que lo lea cualquier persona, sea o no del mundo de la música, o en una entrevista. Lo importante es ese tipo de honestidad para hablar de música. Y creo que eso se percibe. Hagas lo que hagas en un escenario, si lo haces de esa manera directa, sin poner de por medio ningún concepto fabricado, eso cala. Los propios músicos debemos estar dispuestos cada día a descubrir algo nuevo. Y a cualquier persona que se acerque por primera vez a una ópera, sea Wagner u otra, le recomendaría la misma actitud, acercarse sin prejuicios, sin miedos, y sobre todo, dispuesto a sorprenderse. Es mediante esta espontaneidad que surge la emoción en el arte, cuando es algo instintivo y único. Claro que detrás hay una base intelectual profundísima, pero eso nunca debe ser una barrera. No hay por qué entender la dificultad de tocar en cuarta posición en un violín, lo importante es la capacidad de emocionarse.
Hablando de ese torrente de emoción de la orquesta a la audiencia. Al público se nos sitúa en un lugar bastante pasivo, ¿hay espacio para una mayor participación en esa celebración colectiva que, para mí, es una interpretación, un hecho artístico?
Por supuesto. Esto no debemos olvidarlo, debemos ir al concierto, seas un neófito, un profesional o un crítico, dispuestos a que sea una epifanía, a que sea un nuevo encuentro. Parece algo muy sencillo, pero no lo es. Hay que ir a nacer o a renacer en esa experiencia. Finalmente puede ser más o menos satisfactoria, pero hay que ir abierto, aunque sea tu concierto número 1500. En este año pasado, algunos hemos tenido la fortuna de seguir con cierta actividad a pesar de las restricciones, pero hay otros que se han subido al escenario tras ocho meses de absoluto parón. De repente, recuperas esta sensación original y primigenia de contacto con el escenario para hacer música juntos. Hace poco la Orquesta Barroca de Friburgo estuvo tocando en España y me comentaban que recuperar el sonido del aplauso era una cosa maravillosa. Todo eso tenemos que recrearlo una y mil veces, es un momento único y original.
El aplauso recuperado. Le confesaré que hay pocas cosas que me resultan tan emotivas y gratificantes que un aplauso a destiempo, nacido directamente de la emoción. Esos aplausos que todos los “expertos” nos apresuramos a callar chistando.
Yo creo que muchos de esos expertos, cuando chistan, no saben, o quizá no se acuerdan, que en la época de Beethoven o de Mendelssohn se interrumpían las sinfonías, e incluso el público pedía que se repitieran fragmentos. Cuando se estrenó la Séptima de Beethoven, el famoso segundo movimiento tuvo tal éxito que hubo que repetirlo. Quizá los entendidos no son tan entendidos. Hemos perdido un concepto más relajado y espontáneo de la celebración de ese momento, de esa comunión que existe alrededor de una interpretación de la música. Por supuesto que tiene que haber una actitud de respeto, hay algo sagrado y reverencial, pero también tiene que ser inclusiva.
Aborda repertorio que va desde Boulez hasta Monteverdi, y todo lo que hay entre ellos. ¿Es posible abrirse a tantas posibilidades y disfrutar y hacerlas todas bien? ¿Es necesario tener un repertorio más concreto?
Lo de hacerlo bien le corresponde a otros decirlo. Pero si yo no tuviera la confianza y la seguridad de saber dónde estoy cuando acometo Monteverdi, Praetorius, Victoria o Boulez, no lo haría. No voy de vacaciones a los repertorios. Hago cada uno de ellos porque lo siento en casa y me he ocupado de profundizar. A lo largo de más de veinte años he abordado música histórica sin cesar, lo mismo que repertorio de los siglos XX y XXI. Para mí es algo completamente orgánico y natural el pasar de un repertorio a otro, además, tengo la fortuna de trabajar con los mejores conjuntos y teatros de ópera, y considero importantísimo tener ese grado de profundidad y conocimiento de todos los periodos para poder dialogar entre unos y otros. Al principio de mi carrera, algunos artistas me decían que era necesario que se me relacionara con un repertorio. Eso suponía poner límites a mi curiosidad, al conocimiento y al estudio en pro de unos supuestos beneficios para el mercado o la industria.
Para terminar, si nos situáramos unas décadas en el futuro, ¿cuál le gustaría que fuese su legado para el mundo de la música?
No es algo que me plantee. Lo más importante hoy en día, pensando en que pueda ser parte de ese legado futuro, son las grabaciones. Es ahí donde uno puede dejar una estela. Para mí es importante que cada una de esas grabaciones en las que estoy implicado sean momentos únicos. Que cuando alguien escuche una pieza, aunque sea muy conocida, esta contenga una base sólida intelectual y artística. Y también un componente de descubrimiento: hay que abrir una obra, una partitura, como si fuera una granada, de la manera más completa, excitante, emocionante y novedosa al público. No puedo pensar en ninguna obra del gran arte que haya sido creada en una actitud conservadora o conformista. Estas obras han sido siempre creadas intentando ir más allá. Este me gustaría que fuera mi legado.