Ya habíamos dicho más que suficiente de Piotr Anderszewski cuando recientemente nos dio un magnífico recital de Bach en el Círculo de Bellas Artes. En aquella ocasión concluimos la reseña deseando volver a ver a este pianista extraordinario, y se nos han cumplido los deseos, y esta vez con mayor plenitud, si cabe, pues nos ha dado muestras de dominar, no solamente el universo de Bach, sino también el de aquellos compositores cuyas obras no suelen ser tan asiduamente programadas, como es el caso Szymanowski o Anton Webern.
Comenzó el recital con una fantástica interpretación de la Partita núm. 6 de Bach, sin duda una de las más complejas de todo el ciclo, monumental y enrevesada, técnicamente agresiva, revuelta y al mismo tiempo contemplativa. Comenzó con un apurado y riguroso arpegio en mi menor, con el que estableció el carácter general que iba a abundar en toda la suite, pero propiciando el gesto majestuoso de la danza recurriendo adecuadamente al empleo del puntillo francés para posteriormente proponer un reposo breve al final de los primeros compases, como sugiriendo una danza de requerimiento y rechazo. Alguien podría protestar por el tempo escogido para este inicio, pero le vino bien para el posterior contraste con la fuga que sigue al preámbulo, sencillamente brillante en el establecimiento de un color y un timbre diferente para cada una de las tres voces, particularidad esta que se extendió por toda la suite hasta la vertiginosa fuga con que culminó la Giga.
A esto siguió una selección de Mazurkas del opus 50 de Szymanowski, tal vez uno de los ciclos más conocidos del compositor polaco. Conllevan la gran dificultad –tal vez no tan aparente durante la escucha– de tener que combinar la meticulosidad de una armonía de ricas texturas y una diversidad rítmica compleja, con la espontaneidad que le es propia a la música folclórica. Además de solventar esta dificultad sin mostrar ningún rastro de ejecución simplemente mecánica, supo conferir a la música un sonido particularmente espacial y transparente que, diríamos, resultó ser el elemento más destacable de entre las cinco piezas interpretadas. No es necesario insistir sobre la buena idea de perfilar una primera parte de autores extremos pero unidos por la forma bailable y por la calidad de sus texturas contrapuntísticas.
Tiene mucho de estas texturas las magníficas Variaciones, op. 27 de Anton Webern, bien relacionadas, por tanto, con la música de Bach. Era necesario que la afrontase un pianista de la talla de Anderszewski, ajeno a los experimentos y paladín del trabajo meticuloso sobre los entresijos de sus partituras. Supo desenterrarnos los secretos de una obra para la que el silencio y la expectación es igual de importante que el discurso sonoro, llevándonos de principio a fin con una calidad rítmica insuperable. Desgraciadamente, todas las delicadezas de las relaciones entre sonido y silencio, así como las transformaciones del tema principal, resultaron saboteadas constantemente por unas toses que no cesaron en ningún momento, provenientes de múltiples rincones de la sala. Una pena, porque no se le dan a uno muchas oportunidades en la vida para escuchar esta magnífica obra a un pianista de esta envergadura.
No podemos saber si la pieza gustó mucho o poco, porque Anderszewski –quién sabe si por huir lo antes posible de las toses– decidió arrancar la Sonata de Beethoven “sin solución de continuidad”. Suponemos que la razón era estructural, y sin duda funcionó bien. Firmó el pianista ruso un opus 110 inolvidable, para muchos lo mejor del concierto, con un enfoque profundamente emotivo pero sin restarle atención a los arrebatos rítmicos y dinámicos que son tan propios de Beethoven, con momentos de intenso humor y desparpajo… y el inolvidable Recitativo del Adagio ma non tropo, para terminar, dándole a su programa una estructura redonda, con una tremenda fuga y su correspondiente inversión.
Generoso, pues la duración de la segunda parte no había sido larga, concedió cuatro propinas, de entre las que destacamos la conmovedora Sarabanda de la Primera partita de Bach; y la primera de las Bagatelas, op. 126 que, como saben, fue el último ciclo que compuso Beethoven para piano. ¿Qué mejor manera para terminar este magnífico concierto?