Desde el inicio de la titularidad de Dima Slobodeniouk, la programación de la Orquesta Sinfónica de Galicia se ha caracterizado por ser poco convencional; sin embargo, esta temporada está siendo especialmente llamativa con exigentes obras infrecuentes de compositores como Farrenc, Weinberg, Groba, Fanny Mendelssohn, Clara Wieck, Tomasi, Schmitt, etc. En esta ocasión el plato fuerte de la noche fue la Sinfonía Asrael de Josef Suk, una obra más conocida por sus vastas proporciones que por lo habitual de sus interpretaciones.
Como preludio disfrutamos del Concierto para violín núm. 2 de Prokófiev. Como solista, la célebre Viktoria Mullova, quien retornaba a La Coruña quince años después de su interpretación de otro célebre “segundo” del siglo XX, el de Béla Bartók. El paso del tiempo no ha mermado la excelencia técnica, sin embargo, a nivel expresivo Mullova ha evolucionado hacia una excesiva contención y sobriedad. Se resintió especialmente el complejo Allegro moderato inicial. Sus constantes cambios rítmicos, expresivos y de tempi, requieren un intérprete intenso, receptivo a todo tipo de matices. Mullova no sólo no consiguió cohesionar las distintas secciones, sino que por añadidura la voz del violín nunca fluyó de forma natural. Probablemente se sumaron problemas de afinación, por la temperatura de la sala, y que obligaron a un ajuste del instrumento entre movimientos más prolongado de lo normal.
Menos problemáticos y más agradecidos para el público fueron los dos movimientos siguientes. A pesar de ello, el Andante assai resultó un tanto lineal, muy especialmente su hermosa cantilena; pues la expansiva y atormentada sección central nos ofreció el mejor sonido de la solista. Esa línea continuó en el Allegro final en el que Mullova exhibió precisión e intensidad, imprimiendo a la música por fin carácter y mordacidad, muy especialmente en el tema en el que el compositor introduce las castañuelas y en sus anticlimáticos momentos a base de glissandi. Pero globalmente fue una interpretación un tanto fallida.
El acontecimiento que suponía la interpretación de la Sinfonía Asrael de Suk elevó el tono del concierto; sin embargo, no estuvo exenta de problemas. Tras una muy sensual introducción del Andante sostenuto y una convincente exposición del tema de la muerte, con la llegada de la primera gran erupción sonora, un apasionado estallido expresionista se hizo apreciable que enfrentarse por vez primera a una obra de este calado con el escaso tiempo de ensayo disponible, es una misión muy complicada. Faltó ese plus de dramatismo e intensidad que cuando los músicos se mueven en territorio conocido en seguida sacan a relucir. En su lugar predominó la prudencia; sin que las cuerdas desplegasen ese sonido compacto y uniforme que tantas veces hemos alabado.
Estamos ante una obra con una elaboradísima escritura para las cuerdas que sin duda se hubiera beneficiado de la separación antifonal de los violines primeros y segundos tal como hacen en ocasiones. Ambas secciones presentan partes claramente diferenciadas en numerosas ocasiones, cuyas texturas hubieran sido realzadas gracias a dicha disposición, aunque también es cierto que esto hubiera complicado aún más la interpretación. Todo ello no fue óbice para que la interpretación estuviese llena de muchos alicientes. Fue reveladora la concepción del Andante por Slobodeniouk con una naif marcha fúnebre central muy bien ilustrada por el fantástico solo de trompeta. En el fascinante movimiento central, el Vivace, las mahlerianas secciones extremas se hubieran beneficiado de un mayor histrionismo, pero sí disfrutamos de una muy sensual sección lenta, Andante. En esta sección reaparece de forma reveladora la expansión romántica citada que abre la obra y ciertamente en esta ocasión los músicos y la orquesta sí consiguieron transportarnos a las atormentadas profundidades del alma del compositor. Fue el momento más sugerente de la interpretación. Con el doliente, pero no menos rabioso Adagio, la obra cambia de carácter, convirtiéndose en un sentido homenaje a la fallecida esposa de Suk. Disfrutamos de una buena respuesta orquestal tanto en él, como en el dramático Adagio e maestoso final, en el que Slobodeniouk condujo con lucidez hacia su serena conclusión, una implícita aceptación por parte del compositor del sentimiento trágico de la vida.