Asistimos a un hermoso programa de música francesa ya planificado por el director asociado de la Orquesta Sinfónica de Galicia, José Trigueros, para la temporada 2019-20; suspendido por mor de la pandemia y afortunadamente recuperado en la presente. A diferencia de las creaciones pianísticas de Ravel, que funcionan a la perfección en sus versiones orquestales, la música de Debussy nace por y para el piano de forma tan natural que los arreglos orquestales, no tan numerosos como en el caso de Ravel, no suelen producir especial entusiasmo. Sin embargo, es tal la lucidez con la que Henri Büsser aborda la orquestación de la Petit Suite que, escuchándola en la empática interpretación de la Sinfónica de Galicia, desde un primer momento abandonamos cualquier reticencia previa. Es asombroso como Büsser asimila a la perfección los elementos claves en la música de Debussy: fundamentalmente la imaginería evocadora y la exquisitez de timbres y colores. Es tan idiomática que parece imposible pensar que la mano del propio Debussy no haya intervenido en esta orquestación.
Apoyándose en unas dilatadas líneas melódicas, Trigueros realzó las transparentes texturas del En bateau. Director y músicos, se recrearon al máximo en las posibilidades sonoras del Palacio de la Ópera, ahora tan añoradas. La belleza de los solos de flauta, la sutileza de los arpegios del arpa o la calidez de unas cuerdas levísimas fueron todo un deleite. Aunque a un tiempo más vivo, los bucles orquestales de Cortege fueron igualmente evocadores, culminando en un soberbio clímax final. Menuett fue otra delicatessen magníficamente servida por Trigueros, quien guió a la perfección a las maderas en sus cantos, los cuales eran subrayados por exuberantes requiebros de las cuerdas. Un efusivo Ballet completó esta pequeña exhibición orquestal de la OSG.
Uno de los aspectos más impulsados por la dirección artística de la OSG –formada mano a mano por el gerente Andrés Lacasa y el titular Slobodeniouk– ha sido el dar a los músicos de la orquesta la oportunidad de presentarse ante su público como solistas invitados. Un gran estímulo, pero no sólo a nivel musical, sino también en lo personal, pues implica poder recibir el homenaje de público y compañeros. Desde hace semanas, se esperaba con expectación la interpretación de María José Ortuño, flauta principal asistente de la Sinfónica y uno de los músicos más carismáticos de la orquesta, del exigente y hermoso Concierto para flauta de Ibert.
Una espectacular Ortuño estuvo a la altura de los numerosos retos que el concierto plantea. Se trata de una música en continua agitación; un hervidero de ideas, a veces modernistas, otras neoclásicas y, muy especialmente en el tercer movimiento, jazzísticas. La facilidad y seguridad con la que Ortuño abordó los pasajes técnicamente más exigentes fue asombrosa. Valgan como ejemplo las cascadas de semicorcheas del Allegro inicial, recreadas con un sonido rotundo y a la vez dinámico que llevó su música todos los rincones del Palacio. Pero no solo eso, Ortuño mostró una sincera expresividad en los hermosísimos temas líricos, con unos pianissimi sobrecogedores en el Andante, mágicamente acompañados por las empáticas cuerdas de la Sinfónica. Ortuño se mostró igualmente inspirada y técnicamente exuberante en el Allegro scherzando final, repleto de síncopas y arabescos, de vertiginosos saltos, escalas y tremolos. En este movimiento resultó impactante la realización del cambio de atmósfera que da paso a la expresionista sección central que cierra la obra. Como propina, Ortuño presentó una minimalista composición contemporánea: Mångata del también flautista y compositor Francisco López.
Y como no podía ser menos, tras suite y concierto, el programa debería coronarse con una sinfonía. Ante un género tan atípicamente francés, Trigueros, eligió una atípica aproximación; la Sinfonietta de Francis Poulenc. Cuesta creer que una obra tan vitalista y desenfadada haya sido creada en la mismísima posguerra a la Segunda Guerra Mundial. Únicamente en el Allegro con fuoco la sutil interpretación de Trigueros, quien por cierto dirigió la obra de memoria, aderezó la sección contemplativa central con unas pizcas de melancolía. Es un precioso pasaje en el que disfrutamos de las hermosas intervenciones de arpa, trompa y trompeta; que, como todas las secciones de la orquesta, estuvieron inspiradísimas toda la noche. El Molto vivace requirió otro tipo de virtuosismo y más aún en la versión vertiginosa y enérgica de Trigueros. El contraste fue máximo con el Andante cantábile, estático y voluptuoso, adornado con un preciosista solo de clarinete. El Très vite et très gai fue una nueva exhibición de vitalidad orquestal, esta vez de alto voltaje. Un caleidoscópico juego sonoro con en el que Trigueros y los músicos de la OSG completaron una excelente velada que, a juzgar por las ovaciones, movió y conmovió al máximo al público coruñés.