Apuesta sobre seguro el Teatro de la Zarzuela, una vez más, recuperando grandes obras de nuestra lírica que no han gozado en mucho tiempo de la popularidad que sin duda se merecen. Si recientemente nos recuperaba a las olvidadas Calatravas, esta vez nos devuelven a Benamor, que si bien ha corrido mejor suerte que la primera, no se encuentra en la memoria de los más asiduos del género. Se representó por primera vez en el mismo Teatro de la calle Jovellanos allá por los años veinte del pasado siglo, y no había vuelto a verse aquí en ninguna otra ocasión, de acuerdo a las anotaciones del programa de mano.
No nos cansamos de señalarle méritos a los diseños y al contenido de estos programas, siempre magistralmente presentados en su diseño y en su contenido; en esta ocasión con un texto introductorio de Enrique Viana y un magnífico artículo de Ignacio Jassa Haro, que nos desvela “Los secretos de Benamor”, y que viene ilustrado, además, con reproducciones de carteles, retratos, figurines y decorados. Además del propio libreto, contiene una cronología de Pablo Luna redactada por Ramón Regidor; y una sección de créditos de todo el personal implicado en que estas funciones resulten impecables, como por ejemplo las personas encargadas de la iluminación o del maquillaje, que merecen también un caluroso reconocimiento, y de cuyo trabajo, normalmente, no se habla demasiado.
Y además nos viene bien en esta opereta que no contiene muchos números musicales sumamente representativos que tomen las riendas de toda la trama, por más que la orquesta y el director Pérez Sierra hayan realizado un esfuerzo más que notable. Agradecemos por ello que esta obra no se haya representado en versión concierto y que, por el contrario, hayamos podido disfrutar de la trama en la fantástica escenografía de Enrique Viana, que emulaba una arquitectura persa con todos sus elementos decorativos.
En este orden de cosas pudimos apreciar como la representación se desenvolvió en un todo en el que sus elementos individuales se ordenaban en función del bien general, sin que pudiésemos afirmar una preponderancia de un solo elemento sobre otro. Hubo de todo y para todos en esta versión del libreto original, hasta dos inolvidables monólogos de Enrique Viana que arrancaron sonoras carcajadas. No nos parece una casualidad que los asistentes hayan sido generosos con una representación que en el fondo trataba de hacer reír y pasar un buen rato. Sin duda el elenco tenía clara esta premisa y nos hizo disfrutar de unos personajes a los que dotaron de un carisma y un impacto cómico sobresalientes. Nos sorprendió Gerardo Bullón, con un Príncipe de Kabul soliviantado y bravucón, que se hizo siempre dueño de la escena; y Gerardo López, el Príncipe de Florelia, con una gracia inigualable, y que tuvo sus genialidades viéndoselas con el esforzado Alifafe de Francisco J. Sánchez. Hay que destacar a la soprano Irene Palazón, que además de ser una excelente soprano no le pone pegas a hacer un número bailado en medio de todo un cuerpo de baile profesional; y a los secundarios Amelia Font, Emilio Sánchez y Esther Ruiz.
Entre los principales, naturalmente, hay que señalar al barítono César San Martín; interpretó con soltura, presencia y mucho aplomo al caballero español, y nos brindó una oportunidad de apreciar su voz solvente en la "Canción española". A Cristina Faus y a Miren Urbieta-Vega ya las conocemos los asiduos a la zarzuela; de la primera recordamos su participación en el Barberillo, y cómo nos mostró la manera en que se debía hablar en Madrid; y a la segunda la tenemos en el recuerdo los que recientemente la vimos en Las Calatravas. A sus capacidades vocales hemos de añadir ahora una indiscutible vertiente cómica e interpretativa que arrancó los mayores aplausos de un público completamente entregado. Esperamos volver a verlas en el escenario del Teatro de la Zarzuela cuanto antes. Y aún quedó espacio en la trama para disfrutar de un cuerpo de baile que se lució particularmente en la conocida "Danza del fuego", y cuya coreografía tenemos que agradecer a Nuria Castejón.
Un espectáculo completo, como ven, para pasar un buen rato lejos de las presiones actuales, y que confiamos que de pie a que se haga aún mayor justicia con la obra del maestro Pablo Luna.